Se dice que el estrés es la epidemia del siglo XX. Su peligrosidad radica en el carácter sigiloso y normalizado que presenta. En primer lugar se dice que el estrés está normalizado puesto que se ha llegado a percibir como una respuesta natural frente a diferentes estímulos como el trabajo, las relaciones humanas, el tráfico, etc. Y, por otro lado, se dice que es sigiloso puesto que las consecuencias más graves derivadas del estrés se experimentan a largo plazo, cuando éste es sentido de manera crónica y no es acompañado de acciones paliativas para mitigar sus efectos colaterales. Conozcamos más sobre ello, gracias a los especialistas de Mente&Cuerpo.
El estrés se define como una respuesta física y psicológica frente a un estímulo que se percibe como amenazante. La palabra clave en esta definición es “percibe”. La percepción no depende del estímulo sino de quien interactúa con el estímulo, es decir, nuestra mente. Un ejemplo sencillo nos puede ayudar a esclarecer esta cuestión. Si por alguna extraña situación, me topara con un león en plena calle mientras voy caminando a comprar el pan, mi sistema nervioso iniciaría una respuesta casi automática de alerta general producida por el miedo y angustia de ser devorado por el máximo predador del reino animal. Este tipo de estrés es adaptativo y funcional y eso significa que producto de sentir estrés, mi cuerpo y mi mente van a estar preparados para huir del potencial riesgo que significa estar a pocos metros de un león.
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Cuando sentimos estrés ocurre una activación del Sistema Nervioso (SN) que implica la producción de hormonas que tienen funciones muy específicas que permitirán nuestra sobrevivencia. Por ejemplo segregamos adrenalina lo que atenúa la sensación de dolor, se incrementa el ritmo cardiaco, se dilatan las pupilas y podemos ver de una manera más aguda, la sangre se acumula en los músculos para que podamos saltar, correr o empujar cosas con mayor vigor, etc.
Todo lo mencionado resulta adecuado en el ejemplo del león; no obstante, ¿sería razonable sentir estrés cuando nos vemos atascados en el tráfico? ¿O cuando se nos cuelga la laptop antes de guardar ese reporte que teníamos que enviar a nuestro jefe? El problema para nuestra salud ocurre cuando sentimos estrés por razones que en condiciones normales o naturales no deberíamos de sentir. Resulta en una sobre activación de nuestro sentido de supervivencia. Para manejar el estrés eficientemente en un mundo lleno de dispositivos tecnológicos, tráfico y sobreestimulación en general, te proponemos las siguientes actividades:
1. Prioridades: Decidir qué cosas se deben hacer y qué cosas pueden esperar y aprender a decir no a tareas nuevas si te sientes abrumado(a).
2. Soporte: Pide ayuda a amigos o familia para reducir el estrés debido a responsabilidades laborales o asuntos familiares. Está demostrado que por más que nuestra red de contactos no resuelva nuestros problemas, el poder contar lo que nos aqueja mejora significativamente los síntomas del estrés.
3. Tiempo para mí: Es fundamental tener actividades que nos permitan disipar la mente como leer, hacer yoga o ejercitarse. Estas actividades benefician mente y cuerpo. Promueven la liberación de químicos y hormonas que nos harán sentir mejor.
4. Pensar positivo: Como dice el dicho, si te preocupas de tus problemas, se hacen doble. Si ya nos estamos enfrentando a una situación que nos genera estrés, lo mejor será ocupar nuestra mente y tiempo en analizar las posibles soluciones, buscar ayuda, re-pensar la estrategia, o si nuestro problema no está bajo nuestro control, lo mejor será dejarlo en manos del tiempo y enfocarnos en situaciones que sí podemos cambiar. Siempre debemos pensar en soluciones y no lamentarnos por problemas.
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