Es innegable que la aparición del coronavirus ha trastocado todo lo que hemos conocido y asumido como “normal”. Son muchos los tópicos en los que nos toca asumir una actitud mucho más proactiva, pero hay otras instancias que también tienen un papel fundamental y a las que no estamos mirando como deberíamos. Una de ellas: la música.
Recientemente, se conoció una encuesta hecha en Singapur en la que se consultaba a la población acerca del confinamiento y aspectos ligados a este. Una de las preguntas consistía en mencionar aquellos oficios no esenciales (por tanto, prescindibles) en esta coyuntura, sin los cuales los ciudadanos podrían vivir. El primer lugar de esa lista se lo llevó el oficio de artista. Muchos podrán decir que la realidad en Singapur no es equivalente a la nuestra, y claro, hay muchas cosas en las cuales no podríamos vernos reflejados. Pero si nos detenemos a pensar un poco, y más allá de la circunstancia actual, ¿realmente valoramos la labor del artista, y (en nuestro caso) del músico?
Si antes de las medidas preventivas el apoyo a los artistas ya era escandalosamente bajo, ¿qué podemos esperar de lo que ocurre ahora? A la falta de conciertos presenciales (ya podemos utilizar ese término sin que nos parezca redundante), que constituían el principal ingreso de los artistas en nuestro país, se suma el nulo apoyo que los medios de comunicación e instituciones les brindan. Algunas fórmulas a adoptar podrían haber incluido facilidades en los registros de derecho de autor y propiedad y difusión constante en medios de comunicación, lo que habría posibilitado un mínimo de ingresos en un escenario tan complicado como el que atravesamos; y ello sin mencionar el rol social que tanto el sector público como privado debería asumir para la difusión de artistas nacionales y contemporáneos. Solo una idea entre tantas.
La realidad, sin embargo, nos demuestra que la cultura está resultando casi un privilegio en medio de esta pandemia. Y es que en una sociedad en la que los servicios básicos no se encuentran realmente garantizados, las artes no son vistas con la seriedad e importancia que tienen. Habría que entender el papel fundamental que cumple el arte -y la música- en la vida de las personas, y más aun en situaciones extremas como las que pasamos.
¿Imaginan ustedes alguno de sus días sin liberarse escuchando una canción?, ¿o sin ponerse los audífonos y reproducir esa canción que necesitaban escuchar?”
El poder que tiene la música para reinventarnos queda relegado por múltiples factores: porque nos enseñan a menospreciarla, porque es considerada como innecesaria, porque los artistas son pensados como gente sin oficio o que no producen dinero (como si ello fuera lo único importante); mil y un sentencias, cada cual más vacía que la otra.
Y ya no se trata solo del valor espiritual que tiene la música (podemos asumir que hay mucha gente para la cual la actividad artística no le representa un mayor estímulo): sepamos que detrás de cada artista puede haber un sinnúmero de profesionales que necesitan llevar un pan a la mesa de sus familias, como ser los managers, productores, sonidistas, operadores de luces, roadies, entre otros. La escena musical, por suerte, sabe manejarse frente a las adversidades y ha encontrado alternativas para intentar diezmar esta realidad: conciertos a la gorra o privados vía streaming, talleres, y más; pero, vamos, es una industria que vive en constante cuesta arriba y esa condición no facilita un correcto desempeño y un mínimo de estabilidad.
Nos toca, como sociedad, pensar a la música como lo que es: no solo entretenimiento, sino un ente necesario (puedo decir “vital”, sin dudarlo un instante) en nuestro día a día, como una de las tantas respuestas que tiene el arte para representarnos, para hacernos parte de una expresión.
Los medios de comunicación, el Estado y nosotros, como ciudadanos, debemos hacer que así suceda”.