La música es un arte y un medio expresivo que nos ayuda, a muchos, a encarar nuestro día a día. Solemos usarla para acompañarnos, para bailar, para animarnos, para trabajar, para comunicarnos con nuestro entorno. Y en esa misma línea, hay mucha música que se inscribe en ciertos momentos de nuestra vida y que se hace perdurable en el tiempo: pueden pasar años de algún evento en particular (un enamoramiento, alguna actividad, la llegada o la partida de alguien, un sentir), pero cuando escuchamos esa canción, dicho recuerdo estará inevitablemente frente a nosotros para interpelarnos.
Es verdad que hay muchas personas que, aun gustando y disfrutando de la música, no tienen este tipo de asociaciones, llevando una especie de distancia en la que no relacionan las canciones que en determinada circunstancia estén escuchando frente a la naturaleza misma de esos instantes. Sin embargo, son justamente esos momentos en donde las canciones nos pueden acompañar, validar lo que sentimos, otorgarnos un modo de expresión con el cual vernos identificados. Que, vamos, es uno de los puntos máximos en la música: la identificación.
Podría mencionar un montón de episodios que, para mí o para muchos de ustedes, resulten claves. Desde mi experiencia, puedo poner como ejemplo el inicio de una relación y las expectativas que se instalan en ella. Por aquel entonces, canciones como “La paz” o “Me hice cargo de tu luz” me conectaban con esas sensaciones y les otorgaban un carácter fuera de lo cotidiano: lo que me pasaba era inexplicable. Y así como el inicio de una relación, también el rompimiento, ese proceso doloroso que solo se entiende después, pero que tenía su correlato en temas que validaban lo que sentía: “Madrid”, “No habrá un destino incierto”, “Nunca quise”. Cada cual desde su propia perspectiva (e incluso sin tocar directamente el tema de una separación amorosa) le daba forma a esos momentos.
También la manifestación de una enfermedad por parte de un familiar fue un episodio fuerte, y muchas canciones me ayudaban tanto a consolar mi preocupación como a botar la rabia y la frustración. Me recuerdo escuchando “No te dejes desanimar” o “Adiós a las cosas” mientras mi cabeza era un desorden de ideas que intentaba calmar para poder afrontar dicha circunstancia. Otro momento difícil ocurrió hace poco y estuvo referido a una suerte de crisis existencial referida a mi trabajo: la presión con determinados asuntos me hacía sentir ansioso, irritable, cansado y hasta con ganas de dejar todo atrás. Justo por ese entonces, empezaba a conocer los temas de El Cuarteto de Nos y cada que podía, me colocaba los audífonos para escuchar “Mario Neta”, “Cuando sea grande” o “Miguel gritar” a modo de catarsis, para recordar que no era el único que se sentía así (y que, de hecho, podía estar bien sentirse así), pero que sería una etapa que tendría que terminar, como efectivamente sucedió.
Puedo hablar también del descubrimiento de las ideas en pro de la igualdad, y listar mil y una canciones que fui conociendo (“Paren de matarnos”, “Antipatriarca”, “Antorchas”, “Marinos”, entre muchas otras) y que me ayudaban a reforzar esos ideales. O, en general, tantos temas que se convertían en un impulso cuando había nuevos retos por afrontar, como “Al lado del camino” o “Como si fueras a morir mañana”.
Y así, cada quien podría hacer su propio recuento de situaciones y de música; de canciones que estuvieron ahí, justo cuando se necesitaba. Que nos recuerdan lo que pasamos, de dónde venimos, cómo transitamos. Y que ahora, cuando las volvemos a escuchar, nos permiten un espacio valioso de reflexión y de encuentro con nosotros mismos: una oportunidad que tendríamos que tomarnos más a menudo.
Al hacer este pequeño recorrido por diferentes momentos y canciones, entiendo mejor aquel concepto de “la banda sonora” en la vida de cada uno.
Todas las cosas que nos suceden, que nos hacen felices, que nos entristecen, que nos permiten meditar, cambiar el rumbo o tomar decisiones, están también validadas y acompañadas por lo que escuchamos: son nuestras canciones”.
Por eso, es importante reconocer cómo la música nos ayuda a darle forma a nuestra experiencia de vida. Recordar que una canción no es solamente un conjunto de notas dispuestas sobre una partitura, sino la posibilidad de encontrarnos allí reflejados, expuestos. Y quién sabe, descubrir también en ellas algo sobre nosotros mismos que acaso no conocíamos, pero que existe.