Empresarios grandes y pequeños: ¿Somos iguales?

“¿No será que el Estado no está haciendo su parte para generar un clima de crecimiento y desarrollo adecuados para cada Martín que sale a la cancha?”, señala José Ignacio Beteta, presidente de la Asociación de Contribuyentes del Perú y director del Centro de Desarrollo Integral – Cendeit, en un reciente artículo.

He escuchado a varios líderes gremiales de la MYPE decir abiertamente “nosotros no somos gran empresa, no nos mezclen con ellos”. Y esta misma aproximación se percibe en políticos, periodistas y ciertos sectores no tan amigables con la iniciativa privada: han construido una distancia “social” entre grandes y pequeños empresarios. ¿Es real esta distancia? Y si lo es, ¿en qué sentido?

No podré responder preguntas tan complejas en menos de 500 palabras, pero prometo una segunda entrega sobre el tema. Empecemos por ver en qué son diferentes y en qué se parecen, imaginando a dos personas de carne y hueso.

Jose Carlos tiene 45 años. Es de Arequipa, estudió en un colegio privado y luego en una universidad privada licenciada. Si bien es cierto no provenía de una familia millonaria, nunca tuvo necesidades críticas. “Practicó” mientras estudiaba para ganar experiencia, no por necesidad. Terminando su carrera, se juntó con algunas amigas y amigos y formó una empresa. La empresa creció y le dio capital para fundar una más e invertir en una tercera. Desde hace 25 años, sus emprendimientos le dan buenos resultados. Se esforzó, trabajó mucho, fracasó también, pero siempre para arriba. Hoy, si juntamos sus bienes y activos, Jose Carlos es parte del sector socio económico A, tiene 2 o 3 propiedades, un par de autos, sus dos hijos mayores tienen auto también, y en 5 años, a sus 50, planea descansar, viajar y estudiar una segunda maestría.

Martín también tiene 45 años. Es panadero. Estudio en un colegio estatal de San Juan de Miraflores, luego en una universidad estatal. Sus padres no podían ayudarlo así que trabajó desde los quince y terminó su carrera a los 27. La dejaba por épocas para poder ayudar a su familia en un pequeño negocio, del cual tomaría las riendas con el tiempo. La verdad es que nunca le interesó formalizarse, pero lo hizo para acceder a crédito y tener una mejor posición para ser proveedor de empresas grandes y del Estado. Hoy Martín factura menos de 900 mil soles al año, pero divide sus contabiildades en dos empresas para permanecer en el régimen tributario de las MYPE. Sus hijos tienen una mejor educación. Él sabe que le toca trabajar por lo menos hasta los 65 para poder descansar.

¿Qué diferencia a Jose Carlos y Martín? Definitivamente no su esencia. Para empezar, son seres humanos valiosos, con buenas intenciones. Ambos además son empresarios en el mas estricto sentido de la palabra, emprendieron, se esforzaron, quisieron ganar plata, quieren ganar más plata y crecer. Tienen el mismo espíritu empresarial, el mismo olfato, la misma actitud creativa y luchadora. 

¿La diferencia? Las condiciones de las cuales partieron. Su vivienda, la seguridad económica de sus padres, su educación, el tiempo que pudieron dedicarle al estudio, si tenían o no los materiales idóneos para aprender, el capital inicial para emprender. 

¿Es entonces válido distanciarlos conceptualmente como si fueran dos “tipos” de seres humanos distintos? ¿A quién responsabilizamos por sus condiciones iniciales? ¿No será que esas condiciones debieron ser “igualadas” por aquel actor que cuenta con los recursos y las facultades para hacerlo? En otras palabras, ¿no será que el Estado no está haciendo su parte para generar un clima de crecimiento y desarrollo adecuados para cada Martín que sale a la cancha? Lo dejo ahí y la seguimos en la próxima.

Por José Ignacio Beteta, presidente de la Asociación de Contribuyentes del Perú y director del Centro de Desarrollo Integral – Cendeit

Twitter: @jibeteta 

Instagram: @jibeteta

Blog: https://joseignaciobeteta.pe/

 

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