“No normalicemos”. No aceptemos que somos uno de los países más corruptos, más inseguros y menos formalizados, afirma el analista político Luis Fernando Nunes.
Los ortógrafos y filólogos sugieren que no se debe empezar un texto con una frase en negativo, como acabo de hacerlo con el titular de esta columna. Es una opinión respetable pero les refresco la memoria que en el Referéndum en Chile, para saber si Pinochet debería permanecer o no en el poder (05/10/1988), ganó precisamente el NO.
A casi todos nos parece que los días, semanas, meses y años pasan ahora demasiado rápido; de hecho ya estamos camino a finalizar el 2023. En realidad, esta vorágine de la hiper información, ahora potenciada por la Inteligencia Artificial en sus varias facetas, nos hacen olvidar las noticias de ayer, porque ya nos llegaron miles de nuevas informaciones. ¡Qué paradoja!, estamos súper informados pero poco nos comunicamos unos con otros, porque impera la desconfianza individual y/o colectiva y preferimos refugiarnos en nuestra zona de comodidad.
Pero pongo el grito en el cielo y les digo: “No normalicemos”. No aceptemos que somos uno de los países más corruptos, más inseguros y menos formalizados (hay muchos otros). No nos acostumbremos a esa frase fatal que decreta: “Así somos y nunca cambiaremos nuestra realidad”. De hecho, hemos avanzado mucho pero la lista de deudas sociales es aún abundante.
Junger Habermas, en su búsqueda de una sociedad democrática, se centró en la comunicación y la acción comunicativa como fundamentos de la racionalidad; no muchos le han hecho caso. Él abogó por la necesidad de consenso y argumentación racional en la ciencia y la sociedad. La comunicación libre y abierta era, para él, esencial en una democracia. A lo largo de la historia, la variabilidad residual ha sido considerada de poca importancia, pues se asume que el paso inicial para la superación de un problema, está en la identificación de su causa. Sin embargo, la interacción social requiere tiempo para facilitar el pensamiento reflexivo y alinear intereses y objetivos. Y acá parece que vivimos en el “Club de la mentira” y en procrastinar decisiones y reformas importantes porque, tal cual como en el Gatopardo, decimos que queremos cambios pero hay una casta (palabra favorita del argentino Javier Milei) que en el fondo no quiere cambiar nada. Tenemos cientos de estudios e informes –estamos hiper diagnosticados- que identifican las causas de nuestros problemas, pero no resolvemos, solo “normalizamos” las situaciones y la gente está entre agotada y harta y eso lo señalan las últimas encuestas.
¡Hay proyectos paralizados por más de 27.000 millones de soles! ¿Quiénes ganan con este caos burocrático mal encausado?
Miremos al Ejecutivo, al Legislativo y al Poder Judicial; aferrados al poder, en su instinto de supervivencia, calculando cómo no perder gollerías y privilegios, importándoles nada o poco el futuro de las próximas generaciones que, de nuevo, están buscando cómo salir corriendo del país. Lamentablemente, ya muchos se han ido y no tienen ganas de volver.
No bajemos la cerviz.
¡Ya basta! ¡No normalicemos!