“El odio nos ha impedido, en toda nuestra vida republicana, tender puentes, entendernos, preferir los intereses colectivos a los particulares”, sostiene Luis Fernando Nunes en su nueva columna de opinión.
Esta polémica frase de Nicolás De Piérola siempre ha estado ahí… como una sentencia, como una Espada de Damocles, insinúa divisiones y enfrentamientos. Sobre esto último, la lista es larga: Gamarra contra La Mar. Salaverry contra De Orbegoso. Torrico contra Menéndez. Prado contra Diez Canseco. Piérola contra Prado. Leguía contra Pardo. Velasco contra Belaunde. Morales Bermúdez contra Velasco y siguen hasta nuestros últimos días en este duelo a muerte entre el Ejecutivo y el Legislativo, ambos abombados.
¿Hemos hecho del odio, la envidia y la discriminación, un alimento diario?
En razón de la grave coyuntura que estamos atravesando, me encontré un interesante texto de mi tocayo Luis Fernando Cueto Chavarría, escritor peruano, ganador del Premio COPE, (el más importante en el ámbito literario nacional) que a su vez, mencionaba a María Rostworowski y sus interrogantes de por qué, a pesar de haber sufrido numerosos embates a lo largo de nuestra historia, aún sobrevivíamos como nación.
Ella misma bosquejaba una respuesta y afirmaba sin titubeos: “porque no somos una nación”; lo que no existe no puede desaparecer, nunca lo hemos sido, ni siquiera en el Tahuantinsuyo, pues este fue un imperio militarista, elitista y semi esclavista. La tan ponderada abundancia y justicia solo existía para la casta real; el resto, el pueblo llano y las etnias conquistadas, vivían en pésimas condiciones, sometidos a continuas guerras y a una explotación inhumana. Por eso los cañaris, los chachapoyas, los huaylas, los huancas odiaban a los incas. El odio fue el elemento principal, el disolvente, que impidió que las diferentes culturas se cohesionaran en una sola nación. Y ese odio persiste hasta ahora”.
Lamentablemente, alguna prensa y muchas redes sociales destilan un odio acérrimo, pugnaz, ancestral. Pareciera que hemos esperado esta ocasión para desfogar toda la rabia que teníamos guardada. Personas reconocidas por su circunspección y sensatez, se dedican a injuriar y descalificar a quienes no piensan como ellos. Destrozan a quienes no encajan en su pequeño casillero. No aceptan que alguien piense diferente. Dicen odiar el totalitarismo pero ellos también son totalitarios: defienden una única verdad, y le niegan el derecho de expresión al otro (de ello hablé la semana pasada). Eso dice mucho del nivel de convivencia del país.
Con ese odio inveterado hemos amalgamado, a la mala, hiel a hiel, algo amorfo que se llama Perú. Y ahora lo hemos llevado al borde del desbarrancadero.
Y esa es nuestra desgracia; pareciera que llevamos el odio en los genes. Nunca nos hemos podido liberar de ese lastre. El odio nos ha impedido, en toda nuestra vida republicana, tender puentes, entendernos, preferir los intereses colectivos a los particulares. El inca Garcilaso decía que, después de las guerras de la conquista y de las guerras entre los conquistadores, los peruanos, blancos, indios y mestizos, deberíamos poder entendernos y caminar juntos hacia el futuro. Era una declaración de fe en el porvenir del país. Creía que deberíamos superar el pasado. Vislumbraba el futuro como unas semillas de colores en el aire, una nación variopinta pero hermanada. Quizá se figuró un país demasiado grande, demasiado bueno. No lo sabemos. Y no lo sabremos nunca si no hacemos el mínimo esfuerzo por alcanzarlo.
Dejemos de ser unos desconcertados peruanos.
Por: Luis Fernando Nunes, analista político