Por: @Carlosgaos
Cómo quisiera tener en estos momentos la chicharra paralizadora y dar dos bocinazos para que despiertes, cómo quisiera abrir la bolsa del Dr. Chapatín y poder sacar una pócima secreta y hacerte revivir, cómo quisera tomarme una pastilla de chiquitolina y bombear con mis propias manos tu corazón. Cómo quisiera tantas cosas …
Que no panda el cúnico, porque la función debe continuar. Aunque digamos con un nudo en la garganta: “¡No te vayas, Chavo!”, al final hay cosas inevitables. El viernes fue el último capítulo de tu vida, Chespirito. Te fuiste a los 85 años y no existirán risas grabadas que nos hagan olvidar, por un rato, la cruda realidad y que hay algo que ni el Chapulín podrá derrotar con su chipote chillón: la muerte.
Así que, no me queda más que darte las gracias por las tardes en las que me hiciste reír, en las que me hiciste olvidar- aunque sea por un rato- de mis problemas. Es que tú, Chavo, jamás te quejabas por vivir en un barril, ni por estar inmerso en la pobreza, que te privaba de las tortas de jamón que tanto te gustaban.
Qué importaba si nos sabíamos de memoria el capítulo o que algunos cuestionen tu estilo o humor. Fuiste parte de las vidas de muchos, con los tronadores, la lección de aritmética o geometría, el otro gato, los espíritus chocarreros, el platillo volador, las aguas frescas, los churros o el capítulo que hizo llorar a más de uno: el Chavo yéndose de la vecindad porque todos creían que era ratero.
Muchas gracias, Chespirito, por darme horas de sana distracción sin necesidad de palabras soeces, doble moral o mal gusto. Porque hay quienes dirán que hoy no estás con nosotros pero las carcajadas seguirán saliendo al ver tus programas de la vecindad. ¡Buenas noches, mi amigo; buenas noches, vecindad!
